Tanteó. No estaba allí. A través de sus manos percibía toda rugosidad. Alguna vez sintió lo mismo, debió estar en el mismo lugar, ese mismo sitio que no visitaba desde pequeño. Los olores no le eran comunes, el ambiente estaba enrarecido, espeso, húmedo, caluroso. Avanzaba con dificultad, varias contusiones en sus canillas así lo demostraban, los muebles bajos y él sin bastón no podía prever sus cercanías. Ya no recordaba cómo fue a tener a ese enigmático lugar que le traía recuerdos insoslayables. Cuando tocó madera, algo así como un marco y una superficie muy lisa, y polvorienta pudo visualizar a través de las yemas de sus dedos que se trataba de una ventana. Y entonces, le vino la imagen de la niñez, cuando su vista funcionaba. Fue explosivo, el recuerdo, fue explosivo. ¡PAM, PAM!, se detuvo, en la esquina del marco, acariciando lo que suponía era el cristal de la ventana, supo que si avanzaba un tanto más, sus manos hallarían el pasador que permitiría abrirla y que pasara el aire que tanto hacia falta en ese… ¡eso es!, reaccionó, ¿el garaje? y echó a volar su memoria, extendiendo la mano en perpendicular con la ventana, y si, allí estaba, el carro de papá. Destrabó el pasador, abrió la ventana, sintió el aire entrar y el olor a gladiolos; gritó tan fuerte que despertó al bebé que aletargaba en el coche y éste llorando puso en sobre aviso a su madre que alegremente regaba las plantas. Lo salvó la campana sino termina durmiendo en el garaje donde aun no sabe cómo llegó.